¡Encantada de conocerte!

Noëlle, 29 años. Artista de manos pequeñas. Madre de plantas y de un perro llamado Ficus. Ilustradora, diseñadora gráfica, fotógrafa aesthetics y bloguera desde la cuna.

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Es el ciiiiclo vitaaaaal

¡Hola, hola! Mil perdones, he tardado más de lo que imaginaba en bloguear: los nuevos proyectos e ilusiones sumados a una escapadita a Arenys de Munt con la PS4 (Evolve) + Wii (Ocarina of Time) y mi querido Àlex han hecho que desaparezca un poquito. Pero aquí estoy, pagando deudas pendientes. Edito: mentira, he tenido que esperar a que se me pase la euforia, risa y admiración por el "león come gamba" para poder bloguear ESTO. Si no sabes de lo que hablo, google it!

Hoy por fin os puedo poner los dientes largos (lo siento) al contar mi preciosa experiencia en el Musical de El Rey León. Para empezar, dicho regalazo que sólo se hace en Madrid viene acompañado, evidentemente, de una escapadita a la capital. Además la función se realiza en el preciosísimo Teatro Lope de Vega. Antes de seguir, os dejo con un vídeo para ilustrar mejor mis palabras:



Minutos previos a que empezara la que sería la mayor experiencia que he visto y vivido jamás estaba taquicárdica. Estar en un sitio tan bonito con alfombras, columnas y lámparas de araña no ayudaba a que estuviera serena. Nos sentamos en cómodos asientos de terciopelo con unas palomitas carísimas y empezó ese ciclo sin fin... que en el musical, es el ciclo vital.

Sólo os puedo decir que lloré en unas cinco ocasiones (y tuve que calmarme yo misma al pensar "tonta, que si lloras no ves nada"), que *spoiler alert, aunque si nunca has visto el Rey León no tienes nada nada nada de infancia* la muerte de Mufasa está representada de manera espectacular, que todos bailan y cantan genial, que el vestuario es perfecto y que, en fin, por muy caro que sea... vale la pena. Os lo recomiendo de corazón, tenéis que vivirlo.

Y por si ya no estuviera lo suficientemente mimada por mi novio, al salir me regaló un peluche (el mejor de los que había, para mi gusto) de Simba bebé. Al llegar a Barcelona nos dimos cuenta de que además, el peluche, está articulado y se le pueden mover las patitas a tu antojo. Es suave y precioso, un recuerdo adorable de algo que igualmente no pensaba olvidar en la vida. Ah, y también me quedé con el cubo de palomitas, que para eso tenían precio de oro.







Lo siento por la envidia, de verdad. Y en serio, vale la pena tener como objetivo vivir algo tan bonito y ahorrar para ello. Un sueño hecho realidad. Y mañana, sin falta, de verdad, promesa de Simba bebé; fotografías en el Zoo de Madrid.

Au revoir!

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