Recuerdo la primera vez que empecé a vislumbrar cual quería que fuera mi camino por la vida. Era 3r de ESO, y hasta entonces mi futuro era borroso y... "típico". Decía que quería ser veterinaria, o periodista, o "algo de eso". Lo "típico". No es que me apasionara nada en sí de esos oficios, de esos futuros, pero siempre he sido una chica de buenas notas y para mis profesores mi futuro era brillante. Pues tan brillante me lo pintaban que me quedé ciega y no podía ver. Pero, un día, en dicho curso, al rellenar la típica encuesta que te hace la tutora, algo cambió en esas típicas respuestas. ¿A qué te quieres dedicar de mayor? "Algo relacionado con arte", contesté. Seguía siendo algo totalmente indeciso pero, por primera vez, podía dibujar (y nunca mejor dicho) un camino el cual seguir. Después, todo vino rodado. Me apasioné por la fotografía y PAM, ya está, quería ser fotógrafa. Quería estudiar Bachiller Artístico, lo cual, para muchos de los listillos de mi clase que tanto iban a seguir con esas súper profesiones de abogados-periodistas mi decisión artística era motivo de risa. Una profesora intentó persuadirme de que me dedicara al mundo de las letras, cosa que por cierto, siempre me planteé como una segunda opción porque desde luego me gustaban mucho. Pero tenía claro que yo no encajaba en ningún otro lugar, que a pesar de ir a contracorriente estaba yendo en la dirección adecuada. Lo supe en cuanto volví a ver aquella encuesta que rellené y el "Algo relacionado con arte" estaba subrayado por la tutora. Me hizo feliz ver mi respuesta, y ese era mi camino: la felicidad.